domingo, 19 de abril de 2009

El lavadero

Es pesado arrastrar cada día
a esa persona que vive en mi interior.
Empiezo a estar cansada
y me lo digo a mi misma sin ningún rubor,
de aguantar tanta tontería,
de la pena y la desazón.

No sé cuántos años me quedan por aprender
pero ninguna otra materia se hace tan imporatante
como dejar a un lado los sentimientos
que sólo hacen que despistarme, que no me dejan crecer
o me crecen hasta rebosarme.
Estudiaré cómo hacer que queden abajo,
repasaré qué decir cuando me des un abrazo,
con el rechazo en mi regazo, creo que lo encajo.
Dejaré sonar el tic tac
constante y agudo, casi lo saludo,
y sentiré más fuerte el tiempo pasar
que te lleve lejos por mi existencia
si es que es posible que exista ya.

No ves que estoy cansada de echarte de menos,
que llevo cinco horas dando vueltas en la cama,
abrazada, como si de ello dependiera la rotación de la tierra,
a algo que ahora ya casi ni parece una almohada.
Que estoy triste y no sé cómo decirlo,
que quiero una abrazo de los de verdad
y gracias a dios todavía está ella, y me lo da.

Ya no hay entereza en las piernas que me sostienen,
sólo queda flaqueza en la inercia de mis pasos
y te miro y te sonrío porque no sé hacer otra cosa,
y me vuelvo a poner la misma triste canción,
y sé que mañana volveré a perder la razón.
Y nunca me cansaré de escuchar que el tercer día llegará
aunque los cuento por segundos y me canso de contar.

Lo mejor de mi persona lo dejé en ti, y ese es el motivo
de que ahora arrastre los restos de la que un día fui.
Aceptaré que no llega el final, y que esta es sólo una noche más,
me engañará con oscuras mentiras, menguará mi capacidad.
Y como va siendo costumbre que esto pase aquí
me dejaré encandilar
saboreando algo parecido a la paz
que son dulces sus palabras, que me saben a ti.

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